lunes, 26 de mayo de 2008

Caperucita Roja

Érase una vez, en una cabaña en el bosque, que vivía Caperucita Roja, Niña de 14 años, prima segunda de Eric el Rojo. Vivía ella con su mama, Doña Roja, la cual un día como cualquier otro preparo comida de mas y decidió q en lugar de tirar a la basura se la llevaría a su suegra, la Abuela Roja, Vieja que estaba oculta en el bosque pues la perseguían por sus vínculos con el comunismo.

Como Doña Roja tenía que quedarse en casa pues ya iban a dar la Telenovela de las seis, Envió a Caperucita a casa de la abuelita con instrucciones de no hablar con nadie en el bosque. Caperucita cogió la canasta de comida y partió hacia el bosque. (No me imagino que clase de madre envía a su hija pequeña al bosque sola… pero el hecho es que nadie se percato de esto al leer el libro original que parodio, así que nadie lo notara ahora.)

Iba Caperucita cantando por el bosque alegremente, paso entre muchos árboles, muchas flores, algunos insectos, un par de autopistas y un rió.

Sucedió que se encontró Caperucita con un licántropo, animal mitad hombre mitad Lobo, (¡¿Que?! ¿Sino como explicamos que el lobo hable?), el cual gentilmente la saludo, ocultando sus intenciones carnívoras.

Caperucita aprovecho este encuentro para pedir direcciones sobre la ubicación de la cabaña de la abuelita, pues Doña Roja no le dijo en que parte del bosque quedaba, la verdad el escondite era tan bueno que nadie sabia. Pero el Licántropo conocía muy bien el bosque, y había visto la cabaña muchas veces.

El lobo pensó rápidamente en q tenia un buen banquete al frente, por un lado una niña de carne tierna que se puede comer y luego devorar. Y una Abuela, q como gallina vieja da buen caldo. Y además podría reclamar la recompensa por llevar la cabeza de la Abuela roja, conocida comunista.

Indico a caperucita que podía tomar el camino amarillo de la derecha, que cruza la autopista en ella pedir un aventón hacia el este por unos 10 kilómetros, luego caminar al oeste 10 kilómetros y doblar en el camino amarillo al norte, seguirlo hacia la cabaña q esta bajo el árbol mayor.

Desapareció Caperucita en la autopista y el lobo tomo directamente el camino amarillo hasta la cabaña de la Abuela Roja. Al llegar, toco la puerta y nadie respondió. Al estar dando la Telenovela de las 6 no hay nada q mueva a una mujer del sofá. Aprovechando esta información, dio un rodeo a la casa y entro por la puerta trasera. Se comió a los 6 gatos que encontró por ahí, estaban deliciosos, -un excelente aperitivo- se dijo a si mismo.

Luego de esta degustación, el Licántropo se acerco a la sala donde se encontraba la Abuela roja con los ojos puestos fijamente en el televisor. El Licántropo no pudo evitar ver que era lo que atraía tanto la mirada de la vieja. Y se quedo prendido también de la Telenovela, pues era el momento cúspide en el cual el protagonista, Luís Francisco de la Piniella le confesaba a su esposa Maria Juana Ana Rosa Mercedes Soledad Iglesias, que ya no la ama, y que ahora ama a su amante Kimi, pero sin saber que Kimi en realidad es un hombre, que en escena paralela se le ve afeitándose.

Llegan a dar las 7 en punto, acaba la novela y la Abuela y el Licántropo empiezan a discutir los hechos q ocurrieron en la novela que acaban de ver. Hasta que la abuela repara en quien es y mete un grito, el lobo salta para atacarla pero al morderla ve que la abuela parece no presentar signos de vida. Todos sabemos q los Licántropos son animales carnívoros, comen presas que hayan cazado, no presas muertas, presas muertas comen los carroñeros, así que dejo a la Abuela Roja de lado, la metió a la cocina y supo que vendiéndosela a las hienas podría sacar algo de dinero.

Luego de buscar que mas podría robar en la cabaña, encontró unas batas de la Abuela Roja, y por curiosidad se empezó a probar algunas de ellas. Iba por la segunda bata, una media rosa de seda, con transparencias y portaligas, cuando tocaron a la puerta. Era Caperucita, que llevaba en una mano la canastilla de comida, y en la otra un ramo de flores que compro a una florista en el camino. Caperucita se caracterizaba por ser muy previsora, las flores le gustaran mucho, y si por edad la encuentra muerta pues también sirven.

El Lobo solo atino a esconderse bajo las sabanas para cuando Caperucita entro. Conversaron un rato sobre el capitulo del día de a Telenovela de las 6. Y luego Caperucita noto algo raro. Y pregunto. -¿Abuelita, por qué tienes la nariz tan grande?, -Es para oler mejor los pastelitos que me has traído.- Respondió el Licántropo rápida y astutamente. Luego Caperucita pregunto -¿Abuelita, por que tienes los ojos tan grandes? –Es del asombro que me dejo la novela de hoy- Volvió a librar el Licántropo. -¿Abuelita, por qué tienes los dientes tan grandes?- Insiste la condenada niña. ¡Es para comerte mejor!!! -Grito el Licántropo- Caperucita da un brinco y sale corriendo gritando – ¡DIOS SANTO! ¡LA ABUELA SE VOLVIÓ PEDOFILA LESBIANA!

Cerca de ahí vivía un Leñador, que al oír el grito cogió su rifle de caza y salio corriendo hacia la casa de la Abuela. Nadie sabia que en realidad era un agente federal encargado de espiar a la Abuela, y que solo necesitaba un motivo, como este, para entrar y capturarla viva o muerta. Entra al comedor y ve pasar a Caperucita y al Licántropo disfrazado detrás, y PUMMMM le disparo, cayendo el Licántropo en un charco de sangre, sangre que estaba ahí de antes, no era de el, pues como sabemos los Licántropos solo pueden ser heridos por la plata. Plata como la de los cubiertos que hay en el comedor, cogiendo caperucita un cuchillo de plata y clavándolo en la espalda del Licántropo que yacía en el piso. Se acerca el Leñador, Cazador, Agente Federal y que además en sus tiempos libres hacia Taxi a ver a la Abuela muerta, y se percata que no era tal, que era un Licántropo, Especie en peligro de extinción. Levantando cargos por Exterminio de Especies arresta a Caperucita.

Luego de ver en la casa si hay algo mas de importancia, encuentra a la abuela tirada en el piso inconciente. El Licántropo la creyó muerta, pero el Leñador, Cazador, Agente Federal, Taxista, una vez fue paramédico y se dio cuenta que aun vivía.

La arresto también y se la llevo rumbo a la comisaría en su taxi. En el trayecto Caperucita se lanzo del vehiculo en movimiento y se perdió de vista. El Leñador, Cazador, Agente Federal, Taxista y Paramédico, decidió que seguirla era en vano, pues la recompensa era solo por la Abuela Roja, así que se la llevo a la Jefatura mas cercana. Dias despues se retiro del servicio y vivio la buena vida.

Caperucita llego a su casa y le contó todo lo acontecido a su madre, la cual no le creyó y la mando a dormir.

miércoles, 21 de mayo de 2008

Maestro Woody Allen

El séptimo sello

(El drama se desarrolla en el dormitorio de la casa de dos pisos de Nat Ackerman, en algún lugar de Kew Gardens, Nueva York. La habitación está enmoquetada. Hay una gran cama doble y un inmenso velador. La habitación está amueblada y acortinada de forma meticulosa y en las paredes hay varias pinturas y un barómetro no muy atractivo. Se oye una música suave cuando se levanta el telón. Nat Ackerman, un confeccionista de prêt-à-porter de cincuenta y siete años, calvo y panzudo, está echado en la cama terminando de leer el Daily News. Lleva puestas una bata y zapatillas y lee a la luz de una lamparilla cogida con grapas al cabezal blanco de la cama. Es cerca de medianoche. De pronto, se oye un ruido, Nat se sienta y mira la ventana.)
NAT: ¿Qué diablos es eso?
(Trepando torpemente por la ventana, aparece una figura sombría y con capa. El intruso viste una capucha negra y ropa ajustada al cuerpo también de color negro. La capucha le cubre la cabeza, pero no la cara, que es de mediana edad y absolutamente blanca. De algún modo, tiene cierto parecido con Nat. Resopla sonoramente y luego, saltando por encima del marco de la ventana, se deja caer en la habitación.)
LA MUERTE (porque de eso se trata): ¡Dios santo! Casi me rompo el cuello.
NAT (observando perplejo): ¿Quién es usted?
LA MUERTE: La Muerte.
NAT: ¿Quién?
LA MUERTE: La Muerte. Escuche... ¿puedo sentarme? Casi me rompo el cuello. Estoy temblando como una hoja.
NAT: ¿Quién es usted?
LA MUERTE: La Muerte. ¿No tendría un vaso de agua?
NAT: ¿La Muerte? ¿Qué quiere decir... La Muerte?
LA MUERTE: ¿Qué diablos le pasa? ¿No ve mi traje negro y mi rostro blanco?
NAT: Sí.
LA MUERTE: ¿Y le parece que puedo ser Pinocho?
NAT: No.
LA MUERTE: Entonces soy La Muerte. Ahora bien, ¿podría darme un vaso de agua... o un agua tónica?
NAT: Si se trata de una broma...
LA MUERTE: ¿Qué clase de broma? ¿Tiene cincuenta y siete años? ¿Nat Ackerman? ¿Calle Pacific 118? A menos que me haya equivocado... ¿dónde habré dejado el papel?
(Se revisa los bolsillos hasta que saca una tarjeta con una dirección. La verifica.)
NAT: ¿Qué quiere de mí?
LA MUERTE: ¿Que qué quiero? ¿Qué le parece que quiero?
NAT: Debe de estar bromeando. Estoy en perfecto estado de salud.
LA MUERTE (sin dejarse impresionar): Uh-uh. (Mira en derredor.) Es un hermoso lugar. ¿Lo hizo usted mismo?
NAT: Tuvimos una decoradora, pero yo la ayudé.
LA MUERTE (mirando una foto en la pared): Me encantan esos chicos de ojos grandes.
NAT: No quiero irme todavía.
LA MUERTE: ¿Usted no quiere irse? Por favor, no empecemos. No empeore las cosas, la ascensión me ha mareado.
NAT: ¿Qué ascensión?
LA MUERTE: Subí por la tubería del desagüe. Quería hacer una entrada dramática. Vi las ventanas abiertas y pensé que usted estaría despierto leyendo. Imaginé que sería divertido subir y entrar así, por las buenas, ya sabe... (Chasquea los dedos.) Pero me enganché el tacón en una enredadera, se rompió la tubería y me quedé colgado por un pelo. Después se me rasgó la capa. Mire, mejor vamonos de una vez. Ha sido una noche te¬rrible.
NAT: ¿Así que, además, me ha roto la tubería del desagüe?
LA MUERTE: Roto, roto, no, sólo un poco torcido. ¿No oyó nada? Me pegué un porrazo en el suelo.
NAT: Estaba leyendo.
LA MUERTE: Entonces debía estar muy concentrado. (Hojea el periódico que leía Nat.) «Colegialas sorprendidas en una orgía de marihuana.» ¿Me lo presta?
NAT: Aún no he terminado.
LA MUERTE: Bueno... no sé cómo decírselo, amigo, pero...
NAT: ¿Por qué no tocó el timbre abajo?
LA MUERTE: ¿Y qué, si no, estoy tratando de explicarle? Podría haberlo hecho, pero ¿qué impresión le habría causado? Así queda más dramático. Pasa algo. ¿Ha leído Fausto?
NAT: ¿Qué?
LA MUERTE: ¿Y qué habría ocurrido si hubiera estado acompañado? Estaría sentado, ahí, con gente importante. Llego yo, La Muerte. ¿Qué le parece mejor? ¿Que toque el timbre o aparezca de pronto? ¿En qué está pensando, hombre?
NAT: Escuche, señor, es muy tarde.
LA MUERTE: Tiene razón. Bueno, ¿vamos?
NAT: ¿Adonde?
LA MUERTE: La Muerte. Eso. La cosa. Los Felices Campos de Caza. (Se mira la rodilla.) ¿Sabe?, es una herida bastante profunda. Mi primer trabajo y puede que coja una gangrena.
NAT: Espere un minuto. Necesito tiempo. No estoy listo para ir.
LA MUERTE: Lo lamento mucho. No puedo hacer nada por usted. Me gustaría, pero ha llegado la hora.
NAT: ¿Cómo puede haber llegado la hora? ¡Si acabo de asociarme con Original Prêt-à-porter!
LA MUERTE: ¿Qué diferencia hay entre un par de billetes más o un par de billetes menos?
NAT: ¡Claro! A usted ¿qué le importa? Debe de tener todos los gastos pagados.
LA MUERTE: ¿Quiere venir conmigo ahora?
NAT (estudiándolo): Perdone, pero no puedo creer que sea usted La Muerte.
LA MUERTE: ¿Por qué? ¿Qué se esperaba... Rock Hudson?
NAT: No, no se trata de eso.
LA MUERTE: Siento mucho haberle desilusionado, pero, oiga usted...
NAT: No se enfade. No sé; siempre pensé que usted sería... eh... un poco más alto.
LA MUERTE: Mido un metro setenta. Es normal para mi peso.
NAT: Se parece algo a mí.
LA MUERTE: ¿Y a quién tendría que parecerme? Al fin y al cabo soy su Muerte.
NAT: Deme un poco de tiempo. Un día más.
LA MUERTE: No puedo, ¿qué quiere que le diga?
NAT: Un día más. Veinticuatro horas.
LA MUERTE: ¿Para qué las necesita? La radio dijo que mañana llo¬vería.
NAT: ¿No podríamos llegar a algún acuerdo?
LA MUERTE: ¿Como cuál?
NAT: ¿Juega al ajedrez?
LA MUERTE: No.
NAT: Una vez vi una foto suya jugando al ajedrez.
LA MUERTE: No podía ser yo porque no juego al ajedrez. Gin rummy, quizás.
NAT: Juega al gin rummy?
LA MUERTE: ¿Si juego al gin rummy? Juega McEnroe al tenis?
NAT: Es muy bueno, ¿no?
LA MUERTE: Muy bueno.
NAT: Le diré lo que haré...
LA MUERTE: No quiera llegar a ningún acuerdo conmigo.
NAT: Le reto al gin rummy. Si gana usted, me voy enseguida. Si gano yo, me da un poco más de tiempo. Un poquitín... un día más.
LA MUERTE: ¿Y quién tiene tiempo para jugar al rummy?
NAT: Vamos, vamos. Dice que es tan bueno...
LA MUERTE: Aunque me gustaría hacer una partidita...
NAT: Vamos, pórtese como un caballero. Jugamos media hora.
LA MUERTE: En realidad, no debería...
NAT: Aquí mismo tengo las cartas. No se ahogue en un vaso de agua. Vamos.
LA MUERTE: De acuerdo, empecemos. Juguemos un poco. Me re¬lajará.
NAT(tomando las cartas, una hoja, para anotar, un lápiz): No se arrepentirá.
LA MUERTE: No me dore la píldora. Vamos a las cartas, deme un agua tónica y algo de picar. ¡Vaya! Aparece un desconocido en su casa y usted no tiene ni patatas fritas para ofrecerle.
NAT: Abajo hay galletas en un plato.
LA MUERTE: ¿Galletas? Y si viene el presidente, ¿qué? ¿También le daría galletas?
NAT: Usted no es el presidente.
LA MUERTE: Dé las cartas.
(Nat da y sirve un cinco.)
NAT: ¿Quiere jugar a una décima de centavo para hacerlo más in¬teresante?
LA MUERTE: ¿No le parece aún lo suficientemente interesante para usted?
NAT: Juego mejor si hay dinero de por medio.
LA MUERTE: Lo que usted diga, Newt.
NAT: Nat. Nat Ackerman. ¿No sabe mi nombre?
LA MUERTE: Newt, Nat... ¡tengo tanta jaqueca!
NAT: ¿Quiere ese cinco?
LA MUERTE: No.
NAT: Entonces, recoja.
LA MUERTE (mirando sus cartas mientras recoge): Dios santo, no conseguí nada.
NAT: ¿A qué se parece?
LA MUERTE: ¿A qué se parece qué!
(A lo largo de la siguiente conversación, cogen y abren cartas.)
NAT: La Muerte.
LA MUERTE: ¿Cómo tendría que ser? Usted abrió allí.
NAT: ¿Hay algo después?
LA MUERTE: Aaahhh, se está guardando los dos.
NAT: Le estoy preguntando. ¿Hay algo después?
LA MUERTE (con aire ausente): Ya verá.
NAT: Ah, entonces, ¿voy a ver algo?
LA MUERTE: Pues, quizá no tendría que habérselo dicho de ese modo. Descarte.
NAT: No suelta usted prenda, ¿eh?
LA MUERTE: Estoy jugando a las cartas.
NAT: Pues bien, juegue.
LA MUERTE: Mientras tanto, le estoy regalando una carta tras otra.
NAT: No mire el mazo.
LA MUERTE: No estoy mirando. Lo estoy poniendo recto. ¿Cuál es la carta para cerrar?
NAT: ¿Ya está listo para cerrar?
LA MUERTE: ¿Quién dijo que estaba listo para cerrar? Lo único que pregunté es con qué carta se cierra.
NAT: Y lo único que yo pregunto es si debo esperar algo después.
LA MUERTE: Juegue.
NAT: ¿No puede decirme nada? ¿Adonde vamos?
LA MUERTE: ¿Nosotros? Para decirle la verdad, usted tropezará en un montón de pliegues en el suelo y se caerá.
NAT: ¡Oh, no quiero verlo! ¿Me va a doler?
LA MUERTE: Un par de segundos.
NAT: Extraordinario. (Suspira.) Lo que me faltaba Un hombre acaba de asociarse con Original Prêt-à-Porter y...
LA MUERTE: ¿Qué tal con cuatro puntos?
NAT: ¿Cierra y se va?
LA MUERTE: ¿Son buenos cuatro puntos?
NAT: No, yo tengo dos.
LA MUERTE: Está bromeando.
NAT: No, usted pierde.
LA MUERTE: ¡Dios santo! Y pensar que creía estar guardando los seis.
NAT: No, su turno. Veinte puntos y dos cajas. Dé. (La Muerte da las cartas.) Debo caerme al suelo, ¿eh? ¿No puedo estar de pie encima del sofá cuando suceda?
LA MUERTE: No; juegue.
NAT: ¿Por qué no?
LA MUERTE: ¡Porque todo el mundo se cae al suelo! Déjeme en paz. Estoy tratando de concentrarme.
NAT: ¿Por qué tiene que ser al suelo? ¡Es lo único que digo! ¿Por qué demonios no puedo estar al lado de un sofá cuando su¬ceda?
LA MUERTE: Haré lo que pueda. ¿Quiere jugar, sí o no?
NAT: De eso estoy hablando. Usted me recuerda a Moe Leftkowitz. Tozudo como una mula.
LA MUERTE: ¿Que le recuerdo a Moe Leftkowitz? ¡Soy una de las figuras más terroríficas que pueda imaginarse y al señor le recuerdo a Moe Leftkowitz! ¿Quién es? ¿Un peletero?
NAT: Ya le gustaría ser ese peletero. Gana ochenta mil dólares al año. Fabricante de pasamanos. Tiene su propia fábrica. Dos puntos.
LA MUERTE: ¿Qué?
NAT: Dos puntos. Voy. ¿Qué tiene?
LA MUERTE: Tengo una mano como el resultado de un partido de baloncesto.
NAT: Y son espadas.
LA MUERTE: ¡Si no hablara tanto!
(Vuelven a dar y siguen el juego.)
NAT: ¿Qué quiso decir cuando dijo que era su primer trabajo?
LA MUERTE: ¿Qué le parece?
NAT: ¿Quería decirme acaso... que antes de mí no ha muerto nadie?
LA MUERTE: Por supuesto que sí. Pero no los llevé yo.
NAT: Entonces ¿quién lo hizo?
LA MUERTE: Los Otros.
NAT: ¿Hay otros?
LA MUERTE: Claro. Cada uno tiene su forma personal de irse.
NAT: No lo sabía.
LA MUERTE: ¿Por qué habría de saberlo? ¿Quién se cree que es al fin y al cabo?
NAT: ¿Qué pretende decir con eso de quién me creo que soy? ¿Acaso soy un Don Nadie?
LA MUERTE: Nadie no. Es un confeccionista de prêt-à-porter. ¿De dónde va a sacar un conocimiento de los misterios eternos?
NAT: ¿De qué está hablando? Yo gano mucha pasta. Envié a mis dos chicos a la universidad. Uno está en publicidad, el otro se casó. Tengo casa propia. Llevo un Chrysler. Mi mujer tiene lo que se le antoja. Criadas, abrigo de visón, vacaciones. En este momento está en Eden Roc. Cincuenta dólares al día sólo porque quiere estar cerca de su hermana. Tengo que reunirme con ella la semana que viene, entonces, ¿qué piensa que soy? ¿Un tipo corriente?
LA MUERTE: Está bien. No sea tan quisquilloso.
NAT: ¿Quién es quisquilloso?
LA MUERTE: Yo también podría enfadarme porque me ha in¬sultado.
NAT: ¿Quién le ha insultado?
LA MUERTE: ¿No dijo que lo había desilusionado?
NAT: ¿Qué espera? ¿Pretende que tire la casa por la ventana?
LA MUERTE: No estoy hablando de eso. Quiero decir, yo personal¬mente, que soy demasiado bajo, que soy eso, que soy lo otro.
NAT: Dije que se parecía a mí. Es como un reflejo.
LA MUERTE: OK, está bien, corte, corte.
(Continúan jugando mientras sube el volumen de la música y se van apagando las luces hasta la oscuridad total. Las luces vuelven a encenderse lentamente; ha pasado el tiempo y se ha terminado la partida. Nat cuenta los puntos.)
NAT: Sesenta y ocho... ciento cincuenta... Bueno, ha perdido.
LA MUERTE (mirando, abatido, los naipes): Sabía que no debía haber tirado ese nueve. ¡Mierda!
NAT: Entonces, le veo mañana.
LA MUERTE: ¿Qué significa eso de que me ve mañana?
NAT: Me gané un día extra. Ahora déjeme.
LA MUERTE: ¿Habla en serio?
NAT: Un trato es un trato.
LA MUERTE: Sí, pero...
NAT: No me venga con «peros». Le gané las veinticuatro horas. Vuelva mañana.
LA MUERTE: No sabía que jugábamos por tiempo.
NAT: Lo siento mucho. Tendría que prestar más atención.
LA MUERTE: ¿Y ahora qué voy a hacer durante veinticuatro horas?
NAT: A mí ¿qué me importa? El asunto es que le gané un día extra.
LA MUERTE: ¿Qué quiere que haga... que camine por las calles?
NAT: Métase en un hotel, váyase al cine. Tome un schvitz. ¡No haga de eso un asunto de Estado!
LA MUERTE: A lo mejor se ha equivocado al contar.
NAT: No sólo no me he equivocado, sino que me debe, además, veintiocho dólares.
LA MUERTE: ¿Qué?
NAT: Así es, amigo. Aquí está, léalo.
LA MUERTE (revisándose los bolsillos): Tengo sólo unas cuantas monedas, pero no veintiocho dólares.
NAT: Le acepto un cheque.
LA MUERTE: ¿Un cheque? ¿En qué cuenta?
NAT: ¡Si todos mis clientes fueran como usted!
LA MUERTE: Ponga un pleito, demándeme, haga lo que quiera. ¿Cómo voy a tener yo una cuenta corriente?
NAT: Muy bien, muy bien. Deme lo que tenga y quedamos en paz.
LA MUERTE: Escuche, necesito este dinero.
NAT: ¿Por qué va a necesitar dinero La Muerte? Cuénteselo a su tía.
LA MUERTE: No haga bromitas. Está a punto de ir al Más Allá.
NAT: ¿Y qué?
LA MUERTE: ¿Cómo, y qué? ¿Sabe lo lejos que está?
NAT: ¿Y qué?
LA MUERTE: Y la gasolina ¿qué? ¿Y el peaje?
NAT: ¿Conque vamos en coche?
LA MUERTE: Ya verá. (Agitado.) Mire, vuelvo mañana y me da otra oportunidad para recuperar mi pasta, ¿eh? De lo contrario, tendrá problemas.
NAT: Como quiera. Es muy posible que gane una semana extra o un mes. Quizás un año... Del modo que juega...
LA MUERTE: Mientras tanto, me he quedado sin un centavo.
NAT: ¡Hasta mañana!
LA MUERTE (empujado hacia la puerta): ¿Dónde hay un buen hotel? ¿Qué hablo de hoteles si no tengo un céntimo? Iré a sentarme en una confitería. (Recoge el News.)
NAT: Eh, deje eso. Es mi diario. (Se lo quita.)
LA MUERTE (yéndose): ¡Y pensar que pude agarrarlo y llevármelo sin problemas! ¿Por qué me dejé enrollar con el rummy?
NAT (llamándole): Y tenga cuidado al bajar. ¡En uno de los escalones, la alfombra está suelta!
(Y, al instante, se oye un gran estruendo y el sonido de alguien que cae. Nat suspira, luego se dirige a la mesita de noche y hace una llamada telefónica.)
NAT: ¿Hola, Moe? Yo. Escucha, no sé si alguien me ha hecho una broma o qué, pero La Muerte acaba de salir de aquí. Jugamos un poco al rummy... No, La Muerte. En persona. O alguien que afirma ser La Muerte. Pero, Moe, ¡es un schlep! ¡El rey de los huevones!

TELÓN



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